11-09-08

11 de septiembre del 73




“Un día, de golpe, tantos de nosotros perdimos la palabra, perdimos totalmente la palabra. Otros, en cambio, siguieron hablando.” (Patricio Marchant)



Fue un corte en la lengua. No sólo el cambio simple de una lengua por otra. Sino la sobrevivencia de esa lengua cortada, que se revela como golpe-de-estado, golpe-a-la-lengua… Como se pregunta Sergio Rojas[1]: ¿veremos algún día la moneda en llamas en láminas recortables para las tareas del niño de básica? Una lengua cortada no alcanza a discernir entre los hechos, no los puede amontonar unos a otros, como en un recipiente, para llenar el tiempo vacío y homogéneo, que se linda como Historia de Chile.



Cada 11 de septiembre que pasa se percibe una necesidad de hacer ingresar el golpe de estado como un hecho histórico más, para endosar – y de cierta manera atenuar – la sensación de unidad y bienestar que debe tener la Nación, el País, el Estado chileno… El golpe de estado como golpe a la lengua no es un hecho histórico, en tanto este no ocurre en la historia de Chile, sino que le ocurre a la historia de Chile[2]. El acontecimiento del golpe o el golpe como acontecimiento es la condición material, el soporte, desde el cual cualquier historia se quiera hacer. Toda narración, toda escritura, toda crítica, toda teoría, tiene como soporte material el golpe de estado, en tanto corte a la lengua, interfiere en cualquier nueva lengua[3] que se quiera reconstruir.



La Moneda en llamas es la instalación que cualquier vanguardia artística quisiera hacer: como total insubordinación de los signos, sean los institucionales (quiebre de la institucionalidad moderna), los políticos (término de la política representativa: cierre del congreso y de los partidos políticos), los culturales (el Estado no financia más ningún tipo de práctica cultural, es más, no hay libertad de expresión en Chile) y finalmente la misma noción de signo es quebrada, teniendo su perfecto avatar en el saber universitario, académico o intelectual, intervenido por militares, y así de todo el aparato moderno del saber, sus prácticas, sus categorías.



Pensamiento intervenido, exiliado, torturado, fusilado: desaparición de las categorías en las cuales nos pensábamos, nos nombrábamos. El Chile republicano, estatal, muere en la Moneda junto a Allende, para pasar a ser un Chile transnacional. El golpe no ocurrió solo un once de septiembre del setenta y tres, sino que este no deja de ocurrir. El golpe es ahora en tanto el acontecimiento se devela póstumo: el golpe se lee desde el golpe, somos leídos por el golpe para leerlo.



Son 35 años en el cual la edición que existe de la memoria nos muestra las imágenes en blanco y negro que responden inmediatamente a aquello que se llama golpe de estado. El golpe no es histórico propiamente tal, es visual. Si Gonzalo Vial no cuenta la Historia de Chile post-golpe, no es sólo por una cuestión estrictamente ideológica, sino que para un historiador conservador como el, las imágenes, lo visual, no tiene historia. No es posible hacer historia con imágenes, porque la imagen prescinde de una narración explicita: no hay sujeto en la imagen, por más que uno vea a un piloto de avión bombardeando la moneda o que uno sabe que Allende se está suicidando en la Moneda, o es más, el camarógrafo que registra la imagen. No hay sujeto en la imagen porque ésta prescinde de un testimonio confiable, no hay narración. La imagen es una construcción técnica y el golpe sólo es leído desde ahí: el golpe antes de que fuera narrado, contado por alguien, fue visto en las pantallas de televisión luego de que pasaban por la tele el Pato Donald.



Ruiz sabía muy bien que el golpe de estado era la entrada de Chile al mundo global. Thayer lo enuncia como el bing bang de la globalización. Así, Diálogos de Exiliados[4] es la alegoría para pensar el golpe desde todas estas hechuras que hemos transcribido. En el film se trasluce el fin de la épica, grafica en ironías sobre la constitución de asambleas y discusiones que sólo tenían sentido dentro de un régimen partidista pre-golpe; se trasluce la condición del inmigrante, ya que el exiliado para Ruiz no es sólo el chileno, que siempre – sobre todo luego de la Dictadura – se mostró como épico, es decir, un exiliado que preparaba su vuelta a Chile aún confiando en que las cosas podían ser mejores, sino que el exiliado de Ruiz es simplemente un inmigrante, que convive en Francia con el argelino, con el argentino, mostrando la entrada – vía del exilio – de Chile en la aldea global. Diálogos de Exiliados es un film sobre el exilio, pero a la vez, sobre el golpe, sobre la Dictadura chilena, pero también es post dictatorial, ya que trasluce un sentir, un cuerpo afectivo, que es propiamente el sentir del golpe, como corte de la lengua.



Pasolini en Saló como una de las tantas torturas producidas por los supuestos victimarios fascistas, está presente el corte de una lengua de una de las supuestas victimas. La tortura mayor es la de no dejar hablar, la de cortar la lengua, no para fundar otra, sino para que la lengua cortada, con esa marca, no pueda volver articularse sin tener que trabarse con ella misma recordando el corte (el golpe)…



La verdad del golpe de estado no es sino póstumamente: hoy es. Bing bang de la globalización, y a saber, del mercado, de la transculturación, de la “democracia”, de la muerte de las ideologías, y la activación de la representación como movimiento de lo inaparente, de lo muerto-vivo desplegándose. Existe esta secuencia: Unidad Popular-Golpe-Dictadura-Transición, como un pliegue, como mónada del tiempo-ahora: Lagos heredero de Allende; Bachelet heredera de Pinochet; Allende como consumación de la vanguardia, de la épica, en tanto es parte de aquella instalación llamada la Moneda en llamas, muestra de lo irrepresentable, de lo fuera de marco, de lo in-testimonial, de la lengua cortada un once de septiembre.



[1] Ver Sergio Rojas, La visualidad de lo fatal: historia e imagen, en Pensar en/la Postdictadura, Cuarto Propio, ed. Nelly Richard y Alberto Moreiras, 2001.

[2] Ver Willy Thayer, El golpe como consumación de la vanguardia, en El Fragmento Repetido: escritos en estado de excepción, pág. 20-21, Metales Pesados, 2007.

[3] Y así esta nueva lengua se puede extrapolar a cualquier discurso, pragmática, política que se quiera “hacer”.

[4] Diálogos de exiliados (1974) fue la primera película realizada por Raúl Ruiz en su exilio en Francia, marca a su vez también la última película que realizaría con Chile como tema protagónico, para luego de ella, entrar a trabajar en el marco cultural francés, sin que eso sea sinónimo de un “afrancesamiento” por parte de él. Para muchos, con esta película, Ruiz pone termino a su militancia, a su compromiso de elaboración de un cine propiamente chileno que años atrás se había propuesto hacer; para otros también es no sólo su alejamiento partidista sino que con el mismo país, para volverse un Director críptico, distante, lejano, sin ningún tipo de cercanía con el público chileno. Precisamente todas estas apreciaciones nos sirven para decir que el golpe de estado no fue sólo un accidente que ocurrió en la historia de Chile, sino un golpe totalmente afectivo que intervino, por ejemplo, en el Cine de un autor como Raúl Ruiz.