03-10-11

Autografia

“… autógrafos qua escrituras del sí, escrituras por las cuales un sí (se) dice sí, sí a sí, y aun sí y no des­de ahí — se traza y/o retraza y tal vez, en su supuesta mismura (qua sí mismo), se hace trizas, naufraga o fracasa.”[1]

Una autobiografía siempre tendría un trasfondo idealista y metafísico, sería como una “teleología de la autopresencia”, donde se busca representar la vida, desde y en la escritura misma. Con esto se supone, en primer lugar, a la escritura como un sistema de representación fidedigno. Esta representabilidad generalizada que la escritura podría fundamentar, como posibilidad de traer a presencia la vida, está fundada en una ontología, en la copula figural, como lo llama Alberto Moreiras, del “es”, espejo que trataría de representar - como operación - hasta la propia vida. La copula instituye el pensar filosófico como pregunta por la predicabilidad del sujeto. El acontecimiento de inscripción de la firma, formaría una cifra que interrumpiría “la estabilidad epistemológica de toda relación entre sujeto y predicado” y con ello, “la autografía cuestiona, o desmiente, la estructura axiomática de la metafísica, constituida en torno al deseo de unidad en la cópula.”[2] En este sentido la irrupción de Nietzsche, y en particular de su libro Ecce Homo, es en donde se darían cita, por primera vez dentro de la tradición del pensamiento occidental, la potencia de los nombres propios y de las firmas. En el inicio de ese texto se dice:

«Como preveo que dentro de poco tendré que dirigirme a la Humanidad presentándole la más grave exigencia que jamás se le ha hecho, me parece indispensable decir quién soy yo. En el fondo sería lícito saberlo ya: pues no he dejado de ‘dar testimonio’ de mí. Más la desproporción entre la grandeza de mi tarea y la pequeñez de mis contemporáneos se ha puesto de manifiesto en el hecho de que ni me han oído ni tampoco me han visto siquiera. Yo vivo de mi propio crédito; ¿acaso es un mero prejuicio que yo vivo?»[3]

Nunca antes en la historia de la metafísica el ingreso del nombre propio se había convertido en singularidad, en sinónimo de pensamiento, pues éstos habían sido meros actores secundarios y contempladores de una verdad en suceso y develamiento, abstraída de cualquier singularidad. La autobiografía nietzscheana para Derrida tendría esta importancia, no en el sentido de cómo lo leyó Heidegger, como último eslabón de la historia de la metafísica, como historia de la representación[4], sino que como interrupción auto(bio)gráfica de la misma. Es el trabajo de la firma sobre la vida, la inscripción que elimina al “bios” como el contrato jurídico-legal que tendría la escritura, de poder auto-representarse la propia vida. Para “Nietzsche, esta identidad que reivindica, no la extrae de un contrato que ha hecho consigo mismo (<>). Se ha endeudado consigo mismo y nos ha implicado en ello por lo que queda de su texto con su firma (...) Podemos prever las consecuencias: si la vida que vive y que se cuenta (‘autobiografía’, afirman) no es, por de pronto, su vida más que bajo el efecto de un contrato secreto, de un crédito abierto, de un endeudamiento, de una alianza o de un anillo, entonces, mientras el contrato no haya sido cumplido – y esto no puede suceder más que por otro, por ejemplo ustedes -, Nietzsche puede escribir que su vida no es quizás sino un prejuicio.”[5] Esto último querría decir que su vida debería ser probada en un después, póstumamente, pues “supone el pago de una deuda, la respuesta a esa deuda que se ha dado a sí mismo al dejarse vivir”[6]. El don a esta deuda es el “auto”, darse a contar su propia vida. Sin embargo, hay que ser cauto en no caer presos de una identidad o mismidad en lo que tendría, en supuesto, la “propia” vida. Todo pasa por el estatuto de la firma en Nietzsche y Derrida, que siempre tendría relación con un ‘otro’ que vendría a inscribir la firma y que “tiende a cubrir la separación entre remitente y destinatario”[7]. Habría que pensar a la firma como la huella misma de la diferencia, en oposición a cualquier subsunción por parte de la identidad: contarse la vida a sí jamás sería desde una presencia porque está inscrito en una deuda de la vida, en una falta ‘originaria’.

El problema de la identidad en el texto nietzscheano, se inscribe dentro de la noción de ‘eterno retorno’, pues si la firma es diferencial, sólo existe como un retorno a la identidad, bajo la recepción de la misma firma, por otro. De ahí a que Moreiras hable de una “heterobiografía”, el papel del ‘hetero’ es sumamente importante a la hora de trabajar la autografía marchantiana. Pues todo pasa por el otro, en el momento en que el a la vida nietzscheano es a partir de una doble afirmación, el al . La primera afirmación nunca es presente del todo, es una ausencia que está diferida, abriendo la posibilidad de la otra afirmación. Afirmación del sí que es un don que vuelve desde una lejanía, un don, que trae consigo el otro, que viene a recibir la firma: “el don que Nietzsche recibe –un don del otro- le lleva a otorgarse un crédito, una credibilidad que sin embargo debe pagar con la inversión autográfica.”[8] Todo esto comporta, a su vez, una ‘tanatografía’, es decir, la posibilidad de la muerte, de la borradura y desaparición del firmante, de aquí que este segundo sí, de esta segunda afirmación, Nietzsche diga que su vida no es sino un prejuicio.

Con esto señalamos que la autografía pasa exclusivamente por señalar que no se es contemporáneo ni presente a su escritura, sino que ésta, el nombre, la firma, adquiere su inscripción en un por-venir, póstumamente. De ahí que la vida no sea representable, esto lleva a Marchant a señalar que en Sobre árboles y madres no habrá “ninguna autobiografía en la escritura” del texto, pues “la autobiografía, ‘yo’ que relata como su valor máximo, su diferencia, no sólo persiste en la clausura de los conceptos metafísicos, sino exacerba, por decirlo así, esa pertenencia al inscribirse como momento decisivo de, dicho heideggerianamente esta vez, la época del sujeto.”[9] Lo de Marchant pasaba precisamente por interrogar el marco del sujeto: por un lado el sujeto del saber, que afirma el campo filosófico, haciendo abstracción de la escritura, del ‘auto’ de la (im)propia escritura; y por otro lado, del sujeto creador, del genio, produciendo una suspensión de la estesia. Sobre árboles y madres es un intento autobiográfico, que deviene el pago de una deuda, de la propia vida que ve pasar espectralmente los nombres propios que sobreviven en la escritura de Marchant: sólo se escribió desde y por esos nombres, prestados nombres.

“Como intento por exceder esta época y aquella clausura, ya no más autobiografías, sino escenas-grafías. Fin del sujeto, cópula de inconscientes, lecturas de escenas por otros escritas (escritura en sentido general), cuestión de nombres, trabajo sobre grandes escenas generales, trabajo sobre escenas más particulares, inscritas en aquellas. Y, de este modo, todo cambia: si la autobiografía debe escribir esa imposibilidad, la ‘verdad’ del retrato, de la pintura, de una vida (…) cuestión del retrato o la pintura, presente ya, su necesidad, en la apertura del discurso filosófico”[10]

Ahora bien, si vimos que la auto-grafía era su condición de obra, la eliminación del bios, del aparato jurídico-legal de la escritura, para la irrupción de un contrato profano, en el cual la escritura ya no testimonia, sino que testifica, todo esto, guarda relación con su operación escritural, que se traduce en las ‘escenas-grafías’. Es interesante el desplazamiento hacia la noción de escena en Marchant, en tanto permite pensar el diferendo entre imagen y discurso[11]. Diferendo que pasa por establecer el lugar de la pérdida, así como ha señalado Cecilia Sánchez: “en la perspectiva de la escena a la que apela Marchant, la pérdida subsiste sin recuperación.”[12] Así como si fuera una operación barroca, la escritura se asemeja a una mortificación que “consiste en agregar las escenas que a un texto le faltan”[13], es el entramado en la escritura de Marchant. Este toma el cariz de un montaje: “palabras, entonces, símbolos que uniéndose a otras palabras, a otros símbolos como conjuntos de símbolos crean poemas y escenas que al parecer se pierden.”[14] Si Sobre árboles y madres se define por testificar un pensamiento de la pérdida, su más impropia estancia, su don más profundo, es la posibilidad de entramar “escenas, [como] un estar más allá, un hacer saltar las distinciones y conceptos habituales”[15], la cotidianidad de la lengua vulgar, atrofiada, en la ‘habladuría’, pues “si de lo que se trata es de exceder –cuanto posible- la clausura metafísica, sólo es posible señalando las escenas que faltan[16] y con ello, la operación del texto se consagra en la insistencia, en la formación de agregados, en citas y encuentros “en la trama de sus escenas leídas”[17], que siempre se instalan sobre una pérdida, que retorna, que falta retornando, en una iterabilidad del nombre, que se consuma como prestamos, como deuda e inscripción.



[1] Andrés Ajens, “Autógrafos para Patricio Marchant” en Patricio Marchant, lecturas fuera de curso, La cebra-Palinodia, 2011, versión digital.

[2] Alberto Moreiras, Tercer espacio. Literatura y duelo en América Latina, Lom, Santiago, 1999, p. 226.

[3] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo. Cómo se llega a ser lo que se es, Alianza, Madrid, 1996.

[4] “La respuesta de Heidegger es la siguiente: Ecce Homo no es una autobiografía y si hay en él una cumbre (Gipfelpunkt), ésta no es otra que la del momento final de Occidente en la historia de los tiempos modernos. Las cosas convergen, sin duda, en este punto. Puede admitirse fácilmente que Ecce Homo no sea la historia autobiográfica de Nietzsche. Pero cuando Heidegger, en lugar de modificar el concepto tradicional de “autobiografía”, lo deja intacto para oponerle el destino de Occidente, cuyo portador sería Nietzsche, nos preguntamos si él mismo llega a eludir una oposición, que en su resulta bastante tradicional, entre la empiricidad biográfica (psicobiológica, histórica) y un pensamiento esencial, acorde con una decisión de carácter histórico.” Jacques Derrida, Interpretar las firmas (Nietzsche/Heidegger). Dos preguntas, versión digital, http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/nietzche_heidegger.htm

[5] Jacques Derrida, “Nietzsche: políticas del nombre propio” en La filosofía como institución, Juan Granica, Barcelona, 1984, p. 62-63

[6] Moreiras, Op.cit, 1999, p. 230.

[7] Ibid.

[8] Ibid, p. 232.

[9] Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, La cebra, Buenos Aires, 2009, p. 348

[10] Ibíd., p.348

[11] De la misma manera la figura de Moisés designaría para Marchant el nombre de una estrategia, entre la palabra y la imagen: “el intento de oponer

1 comentario:

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